Ante la inminente llegada del Número 2 de la publicación La Miseria a las calles, adelantamos un breve extracto de otro de los artículos que serán incluidos en la misma. El texto versa básicamente sobre la relación disciplina/conocimiento. Aquí va:
La Alienación del Conocimiento
(o Cómo Crear un Profesional)
En una sociedad en la cual el destino de toda acción humana es producir o consumir, la línea que separa los conocimientos científicos de los técnicos forzosamente se borra, a la vez que ambos pierden su poder transformador de la vida, volviéndose un vinculante entre el sistema y el individuo, en pos de una elevación de la tasa de ganancia.
De este punto debemos partir si queremos entender el papel de un academicismo que transforma al sujeto en profesional, ser cuya identificación máxima en la sociedad es su profesión. Preguntándonos sobre la naturaleza de dicho proceso, encontramos respuestas a mucho más de lo que la pregunta formula.
El comienzo del proceso
Este proceso no comienza de la nada, sino como continuación de una educación que tiene como principal característica la existencia de una Autoridad. No hablamos de los roles de autoridad (maestro, director, tecnócratas, políticos y todo ese ejercito de ‘ameritados’ que idean el plan de estudios) sino de una Autoridad, imaginaria, que signa los conocimientos como autorizados o inválidos. Ésta es constitutiva de absolutamente todos los procesos de educación institucionalizados, y se evidencia numerosas veces en las conductas de los sujetos que son parte de dicho proceso. Un ejemplo es cuando un padre le explica a su hijo cómo dividir, ayudándolo a repasar 'matemáticas', y éste le responde que esa no es la forma en que lo hace su docente (y por lo tanto no es válido[1]) . Para el estudiante, la verdad o falsedad de los conocimientos vienen desde afuera de su propia razón, por lo que le son ajenos, en el sentido de que él no participa de su elaboración[2]. Esta Autoridad se sostiene por su funcionalidad, pero además por la imposibilidad por parte del alumno de poder visualizar los conflictos entre diversas opiniones. Esa imposibilidad, a su vez, se forma frente a la existencia de esa Autoridad.
En el proceso de educación, todos los intervinientes participan con el objetivo de formar sujetos que sean capaces de generar mercancías y consumirlas (o lo que es lo mismo, tener salida laboral/ser buenos ciudadanos). Tanto los actores activos en este proceso –docentes, burócratas, autoridades- como los pasivos –estudiantes- desean que esa meta sea cumplida satisfactoriamente y, por lo general, de la manera más rápida posible dentro de lo que permitan los condicionamientos objetivos y subjetivos. El adquirir conocimientos ‘autorizados’ requiere menos tiempo que construirlos, permitiendo maximizar la formación técnica; resultando por lo tanto funcional a esos objetivos. Es buscando esa maximización que el proceso educativo distribuye conocimientos que responden a necesidades productivas (incluyendo una noción de ser social), y no a los interrogantes de los sujetos que van a adquirir ese conocimiento. Por esto, el aprendizaje se convierte en algo tedioso, y no algo placentero.
Pero si el sujeto no aprende por la necesidad de responder un interrogante propio, y por consiguiente no lo hace por placer... ¿Por qué lo hace? La Autoridad también autoriza moralmente una evaluación de rendimiento (que no se limita sólo a la evaluación oral/escrita) llevada a cabo diariamente por una persona embebida en el rol de docente: es para poder ser aprobado ante la mirada de este docente que el alumno adquiere conocimientos. La división entre el que ‘estudia’ y el que ‘enseña’ es, por lo tanto, una característica inmanente a toda institución educativa capitalista y no un producto accidental de pedagogos retrógrados[3]. Esta relación entre sujetos se define tanto por los docentes como por los alumnos, siendo imposible de determinar unilateralmente[4]. Además, es vital para la existencia de la Autoridad, ya que si se planteara una situación de aprendizaje sin esta división, se debería, antes que nada, responder a los verdaderos intereses de quienes construyen el conocimiento. El hecho de que el conocimiento sea algo que no responde a las dudas del sujeto, así como tampoco es producto de su razonar, genera un conocimiento alienado: conocer es necesario para no ser un ‘fracasado’ cuando se llegue a la adultez (o lo que es lo mismo, para tener dinero). Dicho de otra manera, el conocimiento es como un billete con el que se consigue una supervivencia más confortable en la sociedad mercantil, pero no algo útil por si mismo. (continúará...)
Notas:
[1] El correlato a nivel post-primaria se muestra en la enseñanza sobre qué dijo determinado autor, en lugar de producir entre todos los sujetos un conocimiento propio sobre el objeto del que habla (y por consiguiente tener la posibilidad de llegar o no a la misma afirmación); o cuando nos hacen memorizar una formula sin saber de dónde se deduce.
[2] En este sentido, podemos afirmar que la relación alumno-docente es muy similar a la receptor-media: el alumno/receptor, reconoce (en algunos casos) que el docente/media puede estar equivocado/mentir, pero lo trasmitido por este último sector se asume como una verdad práctica en términos sociales, ya que lo importante siempre es poseer herramientas utilizables en torno al conocimiento hegemónico.
[3] Una nueva tendencia en los maestros y profesores es el de reconocer que ellos aprenden de sus alumnos. Pero esto no es el reconocimiento real a entender a los alumnos como generadores de conocimientos. La diferencia reside en que el alumno se encuentra a sí mismo como ‘estudiado por el educador’, y no como generador de una opinión separada de la de éste, que pueda confrontarse de igual a igual.
[4] Evidencia lo paradójico de la situación, ver que maestros y profesores en muchos casos buscan imponer una relación de igualdad con los alumnos, afirmando su carácter de autoridad a la vez que buscando negarlo.